Thursday, March 30, 2006

Un jardín color de rosa

Josecito era un chico como tantos. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, no lindo ni feo.
Vivía en una casita como tantas otras. Ni grande ni pequeña, ni nueva ni vieja, ni pobre ni lujosa.
La casita tenía un jardín, y el jardín era el lugar preferido de Josecito. Ese jardín, también era un jardín como tantos. Pero para Josecito era el lugar más hermoso del mundo.
Cuando llegaba la primavera, Josecito siempre estaba deseando volver de la escuela para salir al jardín y allí disfrutar del aire y del sol.

En ese jardín había un árbol. Un árbol como tantos. Su tronco no era ni grueso ni fino. Sus ramas no eran ni largas ni cortas. Pero sus flores... ¡ah! eso sí... sus flores eran de una belleza incomparable. El primer día de cada primavera, el árbol quedaba completamente cubiertdo de unas hermosísimas flores de color de rosa. El perfume que salía de ellas atraía a los más bonitos colibríes y a las más tiernas mariposas, y todo ese conjunto le daba a Josecito la sensación de estar en el paraíso.

Un día como tantos otros, al caer el sol, Josecito vió algo muy, pero muy raro. Sentada al pie del árbol había una niña. Era una niña como tantas, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, ni linda ni fea. Su nombre era Flor.

Desde ese día, Josecito y Flor se siguieron viendo todos los días. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

Y el tiempo pasó... Y Josecito y Flor crecieron, y fueron novios, y luego esposos, y luego padres y más tarde abuelos.

Y hoy, bajo el árbol de flores de color de rosa, juegan los colibríes, las mariposas y una enorme cantidad de nietos que el orgullo de Josecito y de Flor.

Es que, cuando la belleza y el amor se juntan, las cosas más comunes, las cosas como tantas, las de todos los días, se convierten en algo muy especial, en algo hermoso, en algo eterno.

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