Monday, April 03, 2006

Abuelo

Desde que tengo memoria, te recuerdo con tu pelo blanco, tus ojos claros y tus manos grandes, muy grandes. ¿Como no iban a ser grandes? Grandes para proteger a tantos hijos. Grandes para acariciar a tantos nietos. Grandes para enfrentar tanta adversidad. Grandes para sembrar tantas esperanzas.

Hoy tu pelo está más blanco y suave que nunca, tus ojos no han perdido su luz y tus manos siguen siendo tan grandes como entonces. Grandes para abarcar tanta historia, tantas vivencias, tantos recuerdos. Grandes para dar tanto amor y para recibir tanto cariño.

Algún día esas manos se extenderán para decir adiós, pero no quiero pensar en ese momento. Prefiero sentir que en cada momento de mi vida, esas manos toman las mías y me guían, me palmean en la espalda y me alientan y ¿por que no? a veces se apoyan en mi brazo para que sea yo quien pueda llevarte, porque vos ya estás cansado.

Por eso te quiero, Abuelo.

18/10/2000

Thursday, March 30, 2006

Canción para mi hijo

Si tan solo supieras

Como te espero

Si pudieras saber

Cuanto te quiero

Pensar que no te he visto

Jamás te he conocido

No sé como es tu rostro

Ni tu como es el mío

Gracias a Dios ahora

Vienes por el camino

Y muy pronto algún día

estarás aquí, conmigo

Si tan solo supieras

Como te espero

Si pudieras saber

Cuanto te quiero

No hace falta mi sol

Que sepa como eres

Porque todo mi amor

Tendrás para siempre

Porque junto a mamá

Guiaremos tus pasos

Tu serás nuestro sol

Y estarás en mis brazos

Porque soy tu papá

Y ya te estoy queriendo

Vos sos parte de mí

¡Que lindo que es eso!

Si tan solo supieras

Como te espero

Si pudieras saber

Cuanto te quiero

El pequeño Tintín

De: Papá

Para: María Noel

Setiembre, 2004.



EL PEQUEÑO TINTIN


¿Conocés al pajarito tintín? Es una pequeña ave que vive en el bosque del palacio del Príncipe de Papel. Tiene un hermoso plumaje de color rojo carmín y su canto es tan alegre como una campanita, por eso su nombre: tin-tín.

Un día, mamá tintín empolló con mucho cariño seis pequeños huevos, de los que nacieron seis pequeños tintines, todos por supuesto de un hermoso plumaje rojo. Bueno..., todos menos una, que era de un hermoso color azabache.


La hermosa tintina negra se sentía orgullosa de su extraña belleza hasta que intentó salir a jugar con sus amiguitos del bosque. ¿Que pájaro eres? le decían unos, no te conocemos, tenemos miedo de jugar contigo, decían otros, ¿no nos picarás? decían algunos más. Sus propios hermanitos no lo aceptaban, ¿por qué no cambias tu plumaje y tratas de ser como nosotros? le decían.

Era inútil que la pequeña tintina les explicara que, aunque era diferente, era una más de ellos, distinta sí, pero era una más.

Poco a poco la pequeña tintina se fue quedando sola, aunque todavía había algunos animalitos que se animaban a conversar con ella, la pequeña tintina tenía miedo de salir al bosque, así que busco un hueco en el tronco del viejo roble y se quedo allí, saliendo sólo de vez en cuando a procurarse algo de comer (y eso cuando nadie la veía).


Como en todos los cuentos, aquí también hay un hada, el Hada de Papel. Un día se acercó al viejo roble, y vió al pequeña tintina acurrucada en su hueco, no estaba triste porque no existen tintines tristes, pero se sentía sola.

¿Qué puedo hacer por tí? le dijo el Hada.

Por favor, cambiame el plumaje, le dijo la pequeña tintina, quiero ser igual a todos mis hermanos, así me aceptaran y seré más feliz.

Soy un Hada, y podría hacerlo si quisiera, le dijo el Hada, pero no lo voy a hacer porque soy un hada buena, y no sería bueno cambiar la naturaleza de las cosas. Pero ven, acompáñame un momento ...

No quiero, tengo miedo, dijo la tintina.

Sabes que, conmigo, nada malo podría pasarte, dijo el hada.


La pequeña tintina salió de su refugio, muerta de terror (porque hacía mucho tiempo que no salía a la vista de los demás) y en la rama más alta del viejo roble, vió un pequeño tintín ..., que no era rojo como los demás, sino de un hermoso color blanco como la nieve. El también estaba muy solo y decidieron mutuamente hacerse compañía.

Hoy en el bosque del palacio del principe de papel hay muchos tintines rojos, y blancos y negros, y ninguno se siente solo, y todos juntos alegran con su tin-tín, a los habitantes del palacio.


El elefante y la hormiguita (no es lo que piensan)

Un viejo elefante se había separado de su manada y vagaba perdido por la selva. Agotado ya de caminar, se tendió en un claro y comenzó a lamentarse de su mala suerte: ¡Qué voy a hacer yo aquí, viejo y sólo!. Entonces escuchó una vocecita que le dijo: Viejo sí, ¡Solo no!, yo he estado contigo todo el tiempo. Era una pequeña hormiguita que jugueteaba con una brizna de pasto. ¿Y que podrías hacer tu por mí, tan chiquita como eres, tanto que yo ni siquiera había notado que estabas conmigo?

Pues mira, ¿recuerdas cuando sentiste un fuerte pinchazo en una pata? Yo te piqué, pero no para hacerte daño, si no para que levantaras tu pata, ya que estabas a punto de meterla en un pozo y probablemente te la habrías lastimado. ¿Recuerdas también cuando te llevaste por delante aquel enorme hormiguero? Mis amigas podrían haberte atacado y matado, pero yo intercedí por tí. Les expliqué que estás viejo y miope y que todo había sido un accidente, no habías tenido intención de hacerles daño. ¡El problema fue cuando resbalaste en el barro, me arrastraste contigo, me hundiste y casi me aplastas!, pero por suerte pudimos salir juntos.

Y, sin ir más lejos, ¿con quien estarías hablando ahora y compartiendo tus sentimientos si yo no estuviera aquí?

Tienes mucha razón hormiguita, es muy importante estar acompañados. El problema es que a veces ni siquiera nos damos cuenta de que tenemos a alguien al lado nuestro, quizá porque es chiquito, o diferente o porque nos creemos superiores a él. Pero a veces él nos ayuda a no meter la pata, aún cuando para eso deba causarnos algún dolor, nos defiende de la agresión y se la juega por nosotros y, si por ahí nos hundimos juntos en el barro de la vida, también juntos salimos de él.

j.e.d.c. - 07/11/2002

Un jardín color de rosa

Josecito era un chico como tantos. Ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, no lindo ni feo.
Vivía en una casita como tantas otras. Ni grande ni pequeña, ni nueva ni vieja, ni pobre ni lujosa.
La casita tenía un jardín, y el jardín era el lugar preferido de Josecito. Ese jardín, también era un jardín como tantos. Pero para Josecito era el lugar más hermoso del mundo.
Cuando llegaba la primavera, Josecito siempre estaba deseando volver de la escuela para salir al jardín y allí disfrutar del aire y del sol.

En ese jardín había un árbol. Un árbol como tantos. Su tronco no era ni grueso ni fino. Sus ramas no eran ni largas ni cortas. Pero sus flores... ¡ah! eso sí... sus flores eran de una belleza incomparable. El primer día de cada primavera, el árbol quedaba completamente cubiertdo de unas hermosísimas flores de color de rosa. El perfume que salía de ellas atraía a los más bonitos colibríes y a las más tiernas mariposas, y todo ese conjunto le daba a Josecito la sensación de estar en el paraíso.

Un día como tantos otros, al caer el sol, Josecito vió algo muy, pero muy raro. Sentada al pie del árbol había una niña. Era una niña como tantas, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, ni linda ni fea. Su nombre era Flor.

Desde ese día, Josecito y Flor se siguieron viendo todos los días. Día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

Y el tiempo pasó... Y Josecito y Flor crecieron, y fueron novios, y luego esposos, y luego padres y más tarde abuelos.

Y hoy, bajo el árbol de flores de color de rosa, juegan los colibríes, las mariposas y una enorme cantidad de nietos que el orgullo de Josecito y de Flor.

Es que, cuando la belleza y el amor se juntan, las cosas más comunes, las cosas como tantas, las de todos los días, se convierten en algo muy especial, en algo hermoso, en algo eterno.

Para los pequeños

De tanto en tanto, me gusta escribirle a mis hijos algún pequeño cuento o algo que los haga pensar y reflexionar.
Así que me dije ¿por qué no publicarlos en la red y que los chiquitos del mundo entero también lo puedan conocer?

Estos son mis modestos aportes.

Dr. J. Enrique D'Ottone Clemenco